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Sinopsis
En una carta abierta a su hija, el biólogo y filósofo Richard Dawkings le explicaba que hay al menos tres malas razones (poco fiables) que mucha gente atiende para creer en lo que cree: La revelación, la tradición, y la autoridad. La ciencia, por el contrario, no debe atender a ninguna de estas razones, aunque lamentablemente a lo largo de la historia los científicos lo han hecho en más de una ocasión. Algunos ejemplos de estos desaciertos son los siguientes: Si fuera por la revelación que sintió Descartes, el cuerpo y «la mente» seguirían viéndose como dos entidades independientes, separadas (dualismo cartesiano), algo que la ciencia ha desmentido, como ha explicado, por ejemplo, el neurobiólogo Antonio Damasio en su libro El error de Descartes; Si en todo el s. XX se hubiera continuado con la tradición, las mujeres no habrían tenido acceso a la Universidad, o bien, según el país, se les habría seguido manteniendo la prohibición de acceder al máximo título académico, tal y como llegó a hacerse, por ejemplo, con la discípula de William James, Mary Whiton Calkins, a quien se le negó el título de doctora, simplemente por ser mujer, a pesar de haber defendido excelentemente una brillante tesis doctoral en Psicología en la Universidad de Harvard y convertirse más tarde en la primera presidenta de la Asociación Psicológica Americana (APA); En cuanto a las figuras de autoridad, según el venerado Newton, el tiempo es absoluto y la luz tiene naturaleza ondulatoria, se desplaza en línea recta y no se puede curvar, ideas que todos sencillamente aceptaron durante casi tres siglos, hasta que Albert Einstein las rechazó y las demostró erróneas.
La acumulación, la revisión y la actualización del conocimiento científico se basa en un tipo de razones más fiable que la revelación, la tradición o la autoridad. Este tipo de razones en el que se basa la ciencia son «las evidencias» (los hechos), las cuales, a su vez, se basan en la observación, la generación y la contrastación de hipótesis, es decir, en el método científico. Pero no solamente en el método científico básico de estos tres pasos, sino también en otras dos características del método científico, que son la reproducibilidad (o replicabilidad) y la falsabilidad.
La reproducibilidad consiste en que una investigación pueda ser reproducible, es decir, que pueda ser replicada hallándose resultados congruentes con los previamente hallados. De este modo, para estar seguros de que una teoría es una buena teoría se exige que sean varias investigaciones complementarias las que la avalen, no únicamente una investigación, por muy bien que en ella se haya seguido el método científico. Por ejemplo, hace unos treinta años una investigación encontró que, tras escuchar música de Mozart durante 10 minutos, las personas mejoraron sus capacidades de razonamiento espacial. Posteriormente, aunque se ha intentado en varias ocasiones, nadie ha conseguido replicar estos resultados, por lo que la teoría del llamado efecto Mozart ha quedado en entredicho.
En cuanto a la falsabilidad, se refiere a la posibilidad de que una teoría pueda ser sometida a potenciales pruebas que la contradigan. Por ejemplo, según Piaget, el egocentrismo de los niños menores de 7 años les imposibilita aún ser empáticos. Sin embargo, la investigación posterior ha explorado la posibilidad contraria, y ha encontrado, de hecho, que los niños alrededor de los 2-4 años sí son capaces de diferenciar entre su mente y la de otras personas y de mostrar signos de empatía.
La ciencia es, con todo, una empresa colectiva y en constante evolución. Lo que hoy consideramos una explicación apropiada de un área del mundo puede ser considerado erróneo mañana si se hallan nuevas evidencias mediante el método científico que aconsejan una explicación alternativa mejor.