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Sinopsis
Durante más de diez años Vietnam resonó en la cabeza de
toda una generación que vio cómo, de repente, todo lo que
conocía y le era familiar cambiaba. Había luchado contra el
comunismo, que amenazaba con destruir sus costumbres más
arraigadas, y el comunismo ya no existía salvo en zonas aisladas.
Había visto cómo los políticos se enzarzaban en discusiones
sobre el reparto de Europa, y «el muro» que partía Berlín,
lo que constituía la separación física de ambos bandos y dos
concepciones de vida diametralmente distintas, había caído.
Esa generación, la primera que veía una derrota del ejército
de los Estados Unidos y que sus soldados no regresaban a casa
aclamados por multitudes en brillantes desfiles, se preguntaba
a finales del siglo XX para qué había servido tanta destrucción,
si todo se mantenía igual. ¿Merecía la pena que durante once
años se hubiera derramado la sangre joven de uno y otro
bando? Cuando se unificó en 1976, Vietnam no cambió. Seguía
habitado por la misma gente luchadora que en 1887 vio
que unos hombres blancos, ajenos a su vida y costumbres, decidían
gobernarlo. Había tardado casi cien años pero, por fin,
había expulsado a los franceses y a los estadounidenses.