Este sitio web utiliza cookies para mejorar su experiencia mientras navega. Las cookies que se clasifican según sea necesario se almacenan en su navegador, ya que son esenciales para el funcionamiento de las características básicas del sitio web. También utilizamos cookies de terceros que nos ayudan a analizar y comprender cómo utiliza este sitio web. Estas cookies se almacenarán en su navegador solo con su consentimiento. También tiene la opción de optar por no recibir estas cookies. Pero la exclusión voluntaria de algunas de estas cookies puede afectar su experiencia de navegación.
Imprescindibles
Las cookies necesarias son absolutamente esenciales para que el sitio web funcione correctamente. Esta categoría solo incluye cookies que garantizan funcionalidades básicas y características de seguridad del sitio web. Estas cookies no almacenan ninguna información personal.
No imprescindibles
Estas cookies pueden no ser particularmente necesarias para que el sitio web funcione y se utilizan específicamente para recopilar datos estadísticos sobre el uso del sitio web y para recopilar datos del usuario a través de análisis, anuncios y otros contenidos integrados. Activándolas nos autoriza a su uso mientras navega por nuestra página web.
Sinopsis
Los mejores libros jamás escritos Edición de Eva Acosta
En una ocasión, Leopoldo Alas «Clarín» afirmó que Emilia Pardo Bazán era «uno de los españoles que más saben y mejor entienden lo que ven, piensan y sienten. Tratar con ella es aprender mucho». La crítica suele estar de acuerdo en afirmar que donde mejor se recoge su habilidad como escritora es, precisamente, en sus cuentos -valientes, modernos, de impecable factura-. Leer estas piezas supone una grata sorpresa.
Eva Acosta, biógrafa de la condesa y una de las mayores especialistas de su obra, ha llevado a cabo una rigurosa selección de sus mejores cuentos. Fantásticos, policíacos, realistas, humorísticos, de misterio, históricos o intimistas, esta antología constituye una de las cumbres de la narrativa española del XIX.
«No llamaba amor a devaneos breves y sin huella. No llamaba amor a la sensibilidad. Y la sensibilidad redoblaba su tristeza, vaga e indefinible.»