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Su discurso es anti-Estado y, claro está, defiende la privatización de todas las empresas públicas que garantizan de manera equitativa la seguridad del conjunto de la ciudadanía: áreas tan sensibles como sanidad, educación, vivienda o pensiones públicas pasarían a poder de los grandes fondos de inversión internacionales conocidos como fondos buitre.
Esta «nueva» ultraderecha se encuentra, pues, en el cruce de un capitalismo rabioso y una deshumanización de las relaciones sociales que permitiría la expansión sin cortapisas de sus teorías. A ese respecto sí que hay un punto de encuentro con el fascismo: la cosificación de quienes son distintos, haciéndoles responsables de los estragos del sistema.
El resultado es un ejercicio oficial de crueldad de cara a una sociedad que está aceptando la injusticia como condición ciudadana. Sólo si se conocen sus verdaderas intenciones, se le podrá hacer frente adecuadamente.