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Sinopsis
Una bruja. Un espantapájaros. Y una de esas historias a las que O. Welles llamaba «inmortales». Experto en el «vaciado psicológico» de sus personajes, algo que aproxima su literatura a algunos de los escritores modernos más radicales, como Melville, Kafka y Beckett. El otro elemento que hace de él un contemporáneo nuestro es su debilidad por la alegoría: una suerte de mecanismo que se afana por traer de vuelta un pasado condenado a la desaparición y al olvido. El espantapájaros ocupa un lugar muy particular en la obra de Hawthorne. Se trata de una de las piezas mejor logradas de toda su producción. Y lo es precisamente por el rigor con el que asume, y al cabo exaspera, sus premisas alegóricas: he aquí, ante el lector del siglo XXI, una estupenda vanitas, ese extraño género de bodegón alegórico, tan popular en el Barroco, que juntaba en el cuadro objetos inanimados y efímeros con el fin de aleccionar al espectador sobre la fugacidad de la vida y la banalidad de los placeres mundanos.