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Sinopsis
La literatura francesa moderna es muy urbana, más aún, parisiense en mayor o menor medida. Salvo excepciones, y la más señalada es la de este insólito poeta que fue y quiso ser siempre un aldeano de la región del sudoeste en que había nacido, el Bearn, el País Vasco. No es el único, por estas mismas fechas también Péguy está muy enraizado en la tierra de los suyos, pero viviendo en París, y la oficina de sus Cahiers estuvo pegada a la Sorbona, en el cogollo intelectual de Francia.
Otro católico, no puede ser casualidad. O como Paul Claudiel, así mismo converso (y convertidor de Jammes), que vivió en medio mundo sin olvidar el rugoso acento campesino de su Champaña natal. Siglos atrás, dos grandes admiraciones de Jammes, el fabulista La Fontaine, el amigo de los animales a los que sabía hacer hablar, y Jean-Jacques Rousseau, que identificó memorablemente la vida civilizada con la degeneración.
Pero Jammes es distinto a todos. Un solitario y sedentario rodeado de naturaleza en la lejanía de su remota provincia, que parece bastarse a sí mismo, que incluso exagera, como si no quisiera deber nada a las sofisticadas gentes de París. Ellos son el esplendor del artificio, el fingimiento hecho arte rebuscado, él una voz sencilla y natural que compara tantas veces al canto de los pájaros o al rumor de las fuentes.
Claro que «poeta natural» es un contrasentido, todo poeta, empezando por Homero, es también histórico, hijo de una cultura, de unas tradiciones literarias. Y Jammes quizá más que la mayoría. Nadie más sinceramente bucólico, y pocos más impregnados de la sensibilidad poética del fin de siglo. Lo cual parece inconciliable. Desde Baudelaire a las vanguardias la nueva poesía suele evocar ambientes cerrados, y a poder ser sucios y humosos.