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Sinopsis
Cuando Thomas Hoving, antiguo director del Metropolitan Museum de Nueva York, declaró en 1997 que el 40 por ciento de las obras de su museo eran falsificaciones, se pensó que era una exageración muy americana. Tras investigarlo, uno se pregunta si no se quedó corto. La falsificación de obras de arte se remonta a la Antigüedad, pero es en el Renacimiento cuando eclosiona. Un siglo antes de Cristo, el griego Pasiteles ya reproducía estatuas de los grandes artistas de su país y las vendía a los romanos como si tuvieran cuatrocientos años. El joven Miguel Ángel tampoco era reacio a este tipo de prácticas dudosas; dudosas, pero eficaces, pues así logró hacerse un sitio en la corte romana. Y qué decir de las historias del genial Han Van Meegeren, brillante falsificador de Vermeer que consiguió engañar a Hermann Goering, comandante nazi y fundador de la Gestapo, del canalla Fernand Legros, que mantenía un auténtico plantel de imitadores, o del talentoso dibujante británico Eric Hebborn, asesinado en Roma en 1996. Harry Bellet desvela los entresijos de ocho escándalos notorios, algunos de ellos cómicos, otros tristes Knoedler, la galería más antigua de EE. UU., se vio obligada a cerrar después de más de cincuenta años tras ser víctima de un fraude o incluso trágicos. Si alguna lección podemos sacar de estas historias es que el falsificador infalible, de existir, aún no ha sido descubierto y que, en lo falso, el arte también se parece a la vida: está, efectivamente, por todas partes y resulta muy difícil de identificar.