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Sinopsis
A mediados de la década de los sesenta, Alex Kerr llegó por vez primera a Japón de la mano de su padre, un oficial de la armada norteamericana. En su retina quedó fijada la imagen de un país bello que, sobre todo en sus zonas rurales, transmitía una sensación de magia e irrealidad, como si un pedazo de historia se hubiera congelado en el apogeo de su hechizo. En sus visitas posteriores, la obsesión de Kerr por Japón fue aumentando, y desde 1977 reside en el país, donde ha desarrollado un trabajo concienzudo de recuperación y conservación del viejo Japón, para contribuir a que la ola de la modernidad no erosione lo que queda de la tradición. Así, Kerr ha trabajado en programas para la restauración de casas rurales, ha fomentado el cultivo de artes como la caligrafía o el teatro kabuki y, en definitiva, se ha implicado en mantener vivo un Japón que se difumina.