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Sinopsis
En 1901, se inauguraba la Escuela Moderna de Barcelona. Este sencillo acto, una escuela más, abrió las puertas a la renovación pedagógica en el mundo hispánico, con una trascendencia que seguramente ni sus protagonistas tenían en mente ni podían intuir. Su propuesta pedagógica, un laicismo y racionalismo de base igualitaria y libertaria, rompía con todos los moldes de la enseñanza dogmática y cargada de prejuicios imperante hasta esos momentos.
Francisco Ferrer, con su escuela, se hacía continuador de la rica teorización y experimentación pedagógica que se había desarrollado desde las filas anarquistas, sobre todo francesas, en lo que se denominaba como educación integral, que no era otra cosa que llevar a la escuela el apoyo mutuo, el afecto, la observación racional de la realidad, la coeducación entre géneros y clases sociales, el juego como herramienta de aprendizaje, la higiene como elemento fundamental en el desarrollo del ser humano; en pocas palabras, una escuela adaptada al ritmo y desarrollo de los niños y de las niñas y no al revés.