Este sitio web utiliza cookies para mejorar su experiencia mientras navega. Las cookies que se clasifican según sea necesario se almacenan en su navegador, ya que son esenciales para el funcionamiento de las características básicas del sitio web. También utilizamos cookies de terceros que nos ayudan a analizar y comprender cómo utiliza este sitio web. Estas cookies se almacenarán en su navegador solo con su consentimiento. También tiene la opción de optar por no recibir estas cookies. Pero la exclusión voluntaria de algunas de estas cookies puede afectar su experiencia de navegación.
Imprescindibles
Las cookies necesarias son absolutamente esenciales para que el sitio web funcione correctamente. Esta categoría solo incluye cookies que garantizan funcionalidades básicas y características de seguridad del sitio web. Estas cookies no almacenan ninguna información personal.
No imprescindibles
Estas cookies pueden no ser particularmente necesarias para que el sitio web funcione y se utilizan específicamente para recopilar datos estadísticos sobre el uso del sitio web y para recopilar datos del usuario a través de análisis, anuncios y otros contenidos integrados. Activándolas nos autoriza a su uso mientras navega por nuestra página web.
Sinopsis
Esta obra es un intento de comprender las muchas paradojas de aquella sacerdotisa que, con voz desgarrada, cantaba «please don?t let me be misunderstood». Y lo consigue. «Moriré a los setenta porque después solo hay dolor» y, en efecto, a esa edad se apagó en el sur de Francia la turbulenta vida de una mujer que conoció la gloria y la humillación, la dicha, la violencia y, desde luego, también el dolor. Nacida en el Sur norteamericano cuando arreciaba la Gran Depresión, Eunice Waymon fue una niña prodigio que soñaba con ser la primera gran concertista negra de música clásica, pero un exquisito conservatorio neoyorquino le cerró las puertas (tal vez, como ella pensaba, por el color de su piel). Ese rechazo la condujo en 1954 hasta el piano de un garito donde empezó a interpretar lo que su devotísima madre llamaba «música del diablo» y nosotros conocemos como jazz. Para encubrir tan singular pecado adoptó entonces un nuevo nombre que rendía homenaje a su admirada Simone Signoret. Así vino al mundo Nina Simone. Después llegarían los vaivenes entre el cielo y el infierno, los amores ardientes y los maridos abyectos, las sonoras protestas y las rabias calladas, los comportamientos erráticos, los exilios y las reacciones paranoicas? Fue un mito, pero también una bruja africana engañada y rota que nunca agachó la cabeza, ni siquiera cuando el personaje que había construido se desmoronaba poco a poco, combate tras combate. De Carolina del Norte a Nueva York, de Barbados a Liberia, de Ginebra a Ámsterdam, de Aix-en-Provence a Carry-le-Rouet, la existencia de Nina Simone fue una larga búsqueda de la serenidad que nunca le sería otorgada.