Este sitio web utiliza cookies para mejorar su experiencia mientras navega. Las cookies que se clasifican según sea necesario se almacenan en su navegador, ya que son esenciales para el funcionamiento de las características básicas del sitio web. También utilizamos cookies de terceros que nos ayudan a analizar y comprender cómo utiliza este sitio web. Estas cookies se almacenarán en su navegador solo con su consentimiento. También tiene la opción de optar por no recibir estas cookies. Pero la exclusión voluntaria de algunas de estas cookies puede afectar su experiencia de navegación.
Imprescindibles
Las cookies necesarias son absolutamente esenciales para que el sitio web funcione correctamente. Esta categoría solo incluye cookies que garantizan funcionalidades básicas y características de seguridad del sitio web. Estas cookies no almacenan ninguna información personal.
No imprescindibles
Estas cookies pueden no ser particularmente necesarias para que el sitio web funcione y se utilizan específicamente para recopilar datos estadísticos sobre el uso del sitio web y para recopilar datos del usuario a través de análisis, anuncios y otros contenidos integrados. Activándolas nos autoriza a su uso mientras navega por nuestra página web.
Sinopsis
Con el placer de un coleccionista, Perec nos mostró que la literatura también es juego y que detrás del telón de la cotidianidad se encuentra la poesía de lo anodino. Tras la fachada de un simple edificio parisino encontró un archivo de historias. Narrar es también aprender a mirar, captar los relatos de vida que configuran ese monumental puzzle al que todavía llamamos realidad.
Llegué a este libro en un momento en el que la literatura amenazaba con convertirse en un mundo demasiado melancólico. Encontré en él un golpe de vida. Me enamoré de Bartlebooth y de su alocado proyecto, detrás del cual late una gran intuición: que la belleza a veces es inútil y por ende más bella. Recorrí las mil y una historias que acá se cuentan, arropado por el mismo asombro con el que imagino los renacentistas debieron haber explorado sus gabinetes de curiosidades. Y supe que la literatura podía ser otra cosa: un juego muy serio que refleja nuestra sonrisa más pícara.