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Sinopsis
Mi madre estaba encima de una banqueta y tenía en la mano un leño ardiendo. Yo había ido a atar al perro y cuando volví me la encontré así.
Le grité desde la puerta: ¡Para! Pero ella no me oía, estiraba el cuerpo y agitaba los brazos,
el fuego salía del leño y tocaba los travesaños del techo. Corrí hacia ella y le agarré de los pies, entonces se cayó encima de mí y empezamos a arder, yo tenía mucho calor en la cara y sentía la ropa pegada al cuerpo. Entonces ella paró de rodar por el suelo y de gritar, agarró el cántaro de agua y lo echó por encima de las dos, la cocina se llenó de humo y
no se podía ver nada.
Después empezó a llorar y a temblar de frío y dijo que la culpa era mía, porque le había agarrado de los pies y no podía saltar de la banqueta.
No sé si se cayó por mi culpa. Yo solo había querido agarrarla del camisón y empujarla hacia abajo, pero tal vez con la angustia le tirase de los pies y volcase la banqueta.
No sé si fue lo que pasó. Pero no valía la pena decir nada más.
Cuando se levantó y abrió la puerta para dejar que saliese el humo, me di cuenta de que tenía un desgarro en el camisón. Podía haberle dicho: Te tiré del camisón, por eso está rasgado. Pero tampoco le dije nada.
Los ángeles. Son como viento o pájaros, como un soplo rozando la cara escribe Teolinda Gersão. Así se relacionan también los ángeles terrenales de esta novela breve, Ilda, su abuelo, sus padres, con el espíritu de rebelión que arrebata sus vidas: la esperanza, la resignación, la
extrañeza del mundo a su alrededor.
Los ángeles esconden, en la brevedad de sus páginas, un mundo que no es ajeno a los prodigios, a la crudeza de los sentimientos de los niños, al silencio con que la naturaleza envuelve la vida rural. El silencio en el que podemos oír revolotear a nuestro alrededor los ángeles.