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Sinopsis
Quieren ser los títulos de este Salón de pasos perdidos más o menos significativos. En el de Seré duda, inspirado en el argot deportivo («Josito será duda para el partido de la próxima semana»), se alude a una determinación y a una fatalidad, tanto a una experiencia como a un deseo. La experiencia nos dice que la vida es y será una duda permanente, sólo resuelta en parte, y que las certezas, si son de ley, nos llevan a nuevas dudas.
El cartesiano «pienso luego existo» no es en el fondo sino un «pienso luego dudo» y aun un «existo en tanto que dudo». «Escribo estos libros para hablar de las cosas pequeñas. Si me sucedieran grandes cosas, las contaría como si fuesen pequeñas, por eso los lectores de estos libros creo que siempre han disculpado que hable de las pequeñas como si fueran grandes», asegura su autor en uno de los prólogos que vienen aquí. Nuestras dudas son también del tamaño de nuestras certezas. Acaso por ello le haya sido posible a su autor seguir adelante con esta novela en marcha, tan decidido e indeciso.
«Seré duda» no es, pues, más que la aceptación de la vida, de todo cuanto viene en ella, y el deseo y la determinación de seguir viviendo sin renunciar a lo que nos mantiene vivos: el combate de nuestras incertidumbres y la esperanza de resolverlas un día. Y a grandes dudas, grandes esperanzas. Así lo sugiere la ilustración de cubierta, una de las últimas de su autor, Ramón Gaya: una jaula vacía y el pájaro que permanece a su lado sólo para recordarnos que al fin es libre.