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Sinopsis
«Lo primero que os censuro, peces, es el comeros los unos a los otros. Gran escándalo que las circunstancias hacen aún mayor. Porque no solo os coméis los unos a los otros, sino que los grandes se comen a los chicos. Si fuese al revés, era menos malo. Si los chicos se comiesen a los grandes, uno grande bastaría para muchos chicos; pero como los grandes se comen a los chicos, no bastan cien chicos, ni mil, para uno grande. Mirad cómo se extraña de esto San Agustín: Homines pravis, praeversique cupiditatibus facti sunt, sicut pisces invicem se devorantes: los hombres, con sus malas y perversas codicias, acaban como los peces, comiéndose los unos a los otros. ¡Qué contrario no solo a la razón, sino a la misma naturaleza, que, siendo todos criados en el mismo elemento, todos ciudadanos de la misma patria y todos al cabo hermanos, viváis comiéndoos! San Agustín, que predicaba a los hombres, para encarecer la fealdad de este escándalo, se lo hizo ver en los peces: y yo, que predico a los peces, para que veáis lo feo y abominable que es, quiero que lo veáis en los hombres».