Comencé el poema - entonces yo no sabía que iba a ser un poema- una madrugada fría en la que, de vuelta a casa, pasé como siempre por el cuarto de Cris- mi hijo con parálisis cerebral-, que medio se despertó, me miró, me dedicó una sonrisa un poco de cumplido y se dió la vuelta para seguir durmiendo con sus manos entre la almohada y la mejilla. La escena no era nueva: decenas de veces se había repetido antes y se ha repetido después. Pero aquella noche, ignoro por qué, yo la viví distinta y empecé a escribir en un cuaderno -en prosa- la historia de aquel hijo con el que tantas cosas habíamos aprendido. Si al final aquello se ha convertido en este libro es porque con este testimonio tal vez alguien llegue a entender un poco mejor lo que es este mundo de la discapacidad profunda. Yo cuento lo que sentí en aquellos primeros días y lo que siento ahora.